Evangelio del domingo 23 de mayo de 2010
Domingo de Pentecostés.
"Por eso les hago notar que nadie, movido por el Espíritu de Dios puede decir: ¡maldito sea Jesús! Y nadie puede decir: ¡Señor Jesús! si no es movido por el Espíritu Santo". 1 Cor 12, 3.
Primer Momento:
Tranquilizarme, pacificarme. Tomarme el tiempo necesario para dejar a un lado los problemas. Los problemas ahí están, la oración no los eliminará ni me aislará o evitará vivir las cosas que la misma vida trae consigo, pero la oración si puede ayudarme a ver los problemas con otros ojos, desde otra perspectiva, la de mi Señor.
Entrar en oración es como cuando éramos niños y estábamos solos en algún sitio, llenos de miedo. Entrar en oración es como cuando en ese momento alcanzábamos a ver a nuestro papá o a nuestra mamá acercándose a nosotros. Esa misma sensación de alegría, paz y tranquilidad es la misma que nos regala el Señor con su presencia.
Si soy capaz de dedicarle tiempo a muchas cosas, también puedo ser capaz de dedicarme este tiempo a mí misma y a mi Señor, insisto, no para huir del mundo, sino para estar en él de otro modo, con la actitud de Jesús.
Así pues, démonos este tiempo. Respiremos profundamente, sintamos cómo el aire pasa por nuestra nariz, por la tráquea, cómo llena los pulmones y del mismo modo, sintamos cómo nos vamos vaciando de él.
Cuando alcance el silencio interior, podré así encontrar la voz de mi Señor en mí mismo(a).
Segundo Momento: Oración Preparatoria:
San Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios Espirituales, nos invita a que iniciemos cada contemplación o reflexión que vayamos a hacer, con una oración preparatoria, que siempre es la misma:
“Te pido tu gracia Dios, mi Señor, para que todas mis intenciones, acciones y operaciones se ordenen puramente para el servicio y alabanza de tu divina majestad."
Es decir que le estamos pidiendo al Señor que nos alcance su gracia, que nos de el favor, es una actitud de humildad de quien se reconoce incompleto, pequeño, de quien se reconoce incapaz por sí mismo de hacer o alcanzar algo. Le pedimos ésto al Señor para que todas nuestras intenciones, es decir, todo lo que pensemos o deseemos; todas nuestras acciones, o sea, todo lo que hagamos y todas nuestras operaciones, es decir nuestros modos y actitudes de llevar a cabo las cosas; en una palabra nuestro modo de pensar y proceder. Se ordene puramente, que sea recto, bien intencionado, que se ordene en función del Señor, en torno a Él y no a nosotros. Para el servicio y alabanza de su divina majestad; es decir que nuestras intenciones, acciones y operaciones sean para el servicio de la obra del Señor y no para nuestro propio servicio; para alabanza, para agradecimiento del Señor y no para alabarnos a nosotros mismos o a alguien más.
¿Qué le pedimos entonces al Señor en esta oración? Su gracia para que nuestra persona entera se ordene en torno a Él para servirle y agradecerle en todo.
Tercer Momento: Composición Viendo El Lugar:
Se trata aquí de ver con la vista de la imaginación el lugar, las personas, las características del sitio donde se lleva a cabo la escena del Evangelio. Se trata de captar con la mayor atención posible, con nuestros sentidos bien aguzados todos los detalles del lugar donde se lleva a cabo el Evangelio.
Esta oración, si así lo deseas, llévala a cabo en un lugar solitario, en silencio, donde puedas reflexionar y meditar lo que estás orando.
De la Primera Carta del apóstol Pablo a los Corintios 12, 3-7. 12-13.
Por eso les hago notar que nadie, movido por el Espíritu de Dios puede decir: ¡maldito sea Jesús! Y nadie puede decir: ¡Señor Jesús! si no es movido por el Espíritu Santo.
Existen diversos dones espirituales, pero un mismo Espíritu; existen ministerios diversos, pero un mismo Señor; existen actividades diversas, pero un mismo Dios que ejecuta todo en todos.
A cada uno se le da una manifestación del Espíritu para el bien común. Pero todo lo realiza el mismo y único Espíritu repartiendo a cada uno como quiere. Como el cuerpo, que siendo uno, tiene muchos miembros, y los miembros, siendo muchos, forman un solo cuerpo, así también Cristo. Todos nosotros, judíos o griegos, esclavos o libres, nos hemos bautizado en un solo Espíritu para formar un solo cuerpo, y hemos bebido un solo Espíritu.
Palabra del Señor
Cuarto Momento: Fruto A Pedir:
Pidamos al Espíritu que “actúe” en mí y que junto con otras y otros pueda decir: ¡SEÑOR JESÚS!
Quinto Momento: Puntos:
En esta parte de la oración, tal vez volvamos a recorrer el camino ya efectuado, tal vez volvamos a contemplar o a meditar la escena; pero se trata ahora de poner especial atención en aquello que más nos movió durante la contemplación o la reflexión, porque ahí el Señor se está manifestando y algo nos está diciendo ahora, a algo nos está invitando al movernos interiormente. Algo percibe nuestro cuerpo que se mueve interiormente.
Para esta oración, propongo los siguientes puntos; pero, como ya he mencionado, éstos tienen más que ver conmigo y con mi forma de mirar y sentir que con los que cada uno pudo haber sentido. Se trata entonces de que la oración "refleje" algo de mí, que "ilumine" algo que no podía ver de mi persona, de mis intenciones, de mis acciones y de mis operaciones, de mi modo de sentir y de actuar. Por que al momento en que trato de ver las cosas como Jesús las veía, se ilumina el contraste que hay entre El y yo. No para desanimarme, sino para invitarme a seguirle y a amar como Él ama.
La propuesta de esta semana va encaminada a reconocer si decimos: ¡Señor Jesús! o ¡maldito Jesús!
¿Cuál es tu experiencia del Espíritu de Jesús?
¿Revolcarte en el suelo por la “acción” del Espíritu, hablar lenguas que nadie entiende, llorar por nada, gritar, cantar, aplaudir, desmayarte?
Y después de este espectáculo, ¿qué?, ¿cómo es tu vida?, ¿sigue siendo la misma, el mismo que eras antes de la “acción” del Espíritu?
Si no eres la misma, el mismo ¿en qué ha cambiado?, ¿eres más libre, más auténtico o auténtica, amas más, amas a más personas, amas a aquella o a aquel que no amabas? o, ¿sigues siendo la misma o el mismo y solo fue un “lapsus”?
Este Espíritu que has recibido:
¿Une o desune?, ¿encadena o libera?, ¿se siente especial y te hace sentir especial a ti entre todos?, o ¿te hace sentirte uno con los demás, te hace comulgar con los demás?
Porque en todos nosotros, judíos o griegos, esclavos o libres (hoy Pablo diría: católicos o luteranos, liberales o conservadores, etc.), en cada uno se manifiesta el Espíritu PARA EL BIEN COMÚN…
O, ¿para mi bien particular, para que yo luz y digan: qué buena, qué bueno es; qué devota, qué devoto es; qué buena o buen cristiano es?, ¿cómo se manifiesta este Espíritu en mí, para mí, para mi bien o para el BIEN COMÚN?
Hay diferentes dones, pero el Espíritu es el mismo…
Me doy cuenta que la hermana, el hermano no tiene por qué tener el mismo don que yo, por lo tanto no puede ni tiene que hacer lo que yo hago, ni como yo lo hago; no tiene por qué pensar como yo pienso ni sentir lo que yo siento, porque HAY DIFERENTES DONES, PERO EL ESPÍRITU ES EL MISMO.
Nadie puede llamar a Jesús “Señor”, si no es bajo la acción del Espíritu Santo.
Del Espíritu Santo y no de mi propio espíritu.
Decirle “Señor” a Jesús es reconocer que uno ha recibido el don del Espíritu (recibido que no es lo mismo que “ganado”, don que implica que es “donación” de algo que el Señor nos ha regalado).
Recibir al Espíritu implica pues, que reconozco mi don, pero también reconozco que otros y otras tienen dones diferentes a los míos.
Y cuando yo dono mi don (regalo lo que me ha sido donado) es cuando el Espíritu actúa en mí y es cuando reconozco, sin necesidad de gritos o desmayos, que JESÚS es el Señor.
Cuando dono mi don doy al otro (como Dios me ha dado a mí) aquello de lo que el otro carece (tal y como yo soy totalmente carente ante el Señor), y al hacerlo comulgo con el otro y el don propio se convierte en un don común, en un bien común, en algo que es de todos. Pero así como yo dono lo mío reconociendo que al otro le falta, del mismo modo yo me reconozco pobre y sé que carezco de muchas cosas y dones que el otro me puede donar, y humildemente me sé incompleto y recibo lo que el otro tiene para darme, y así, comunicamos nuestros dones y nos convertimos en comunidad, en Iglesia. Así, ahí es cuando actúa el Espíritu y estamos gritando y cantando: ¡SEÑOR JESÚS! en lenguas inentendibles y que nadie reconoce, porque el Espíritu no actúa en ellos, y como el Espíritu no actúa en ellos, éstos gritan: ¡maldito Jesús!
De la Contemplación para alcanzar amor E.E. de S. Ignacio de Loyola [231]
Insisto, estos son mis puntos propuestos, habrá alguien que le haya llamado más la atención alguna otra parte de la lectura y en ella se podrá abocar y ahí podrá profundizar. No es necesario que se hagan todas las preguntas sino sólo aquellas que muevan el interior.
Sexto Momento: Coloquio:
Termino mi oración con un coloquio (una plática) con Jesús. Es un coloquio, no un monólogo, es decir, que debo dejar hablar a Jesús, reconocer lo que Él quiere decirme con todo ésto que me mostró en la oración. Se trata también de agradecer lo que en ella me ha regalado.
Platico con el Espíritu Santo y le comento cuál ha sido Su acción en mí, y dejo que Él me responda y le permito que actúe en mí para al final poder decir con Él y con otros: ¡SEÑOR JESÚS!
Séptimo Momento: Examen De La Oración:
Este momento consiste en revisar cómo fue nuestra oración, qué fruto pedimos y cuál nos regaló el Señor. Qué me ayudó en la oración y porqué no pude entrar en ella. Se toma nota y se comparte con el grupo.
Si gustas, puedes repetir la oración y profundizar aún más en los frutos que el Señor quiere regalarte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario