domingo, 30 de mayo de 2010

La revelación del Hijo


Oración para el Domingo 6 de junio de 2010
Décimo Domingo Ordinario.
Y a mí el Padre, ¿me ha revelado ya al Hijo?
Primer Momento:
Tranquilizarme, pacificarme.  Tomarme el tiempo necesario para dejar a un lado los problemas.  Los problemas ahí están, la oración no los eliminará ni me aislará o evitará vivir las cosas que la misma vida trae consigo, pero la oración si puede ayudarme a ver los problemas con otros ojos, desde otra perspectiva, la de mi Señor.
Entrar en oración es como cuando éramos niños y estábamos solos en algún sitio, llenos de miedo.  Entrar en oración es como cuando en ese momento alcanzábamos a ver a nuestro papá o a nuestra mamá acercándose a nosotros.  Esa misma sensación de alegría, paz y tranquilidad es la misma que nos regala el Señor con su presencia.
Si soy capaz de dedicarle tiempo a muchas cosas, también puedo ser capaz de dedicarme este tiempo a mí misma y a mi Señor, insisto, no para huir del mundo, sino para estar en él de otro modo, con la actitud de Jesús.
Así pues, démonos este tiempo.  Respiremos profundamente, sintamos cómo el aire pasa por nuestra nariz, por la tráquea, cómo llena los pulmones y del mismo modo, sintamos cómo nos vamos vaciando de él.
Cuando alcance el silencio interior, podré así encontrar la voz de mi Señor en mí mismo(a).
Segundo Momento: Oración Preparatoria:
San Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios Espirituales, nos invita a que iniciemos cada contemplación o reflexión que vayamos a hacer, con una oración preparatoria, que siempre es la misma:
“Te pido tu gracia Dios, mi Señor, para que todas mis intenciones, acciones y operaciones se ordenen puramente para el servicio y alabanza de tu divina majestad.”
Es decir que le estamos pidiendo al Señor que nos alcance su gracia, que nos de el favor, es una actitud de humildad de quien se reconoce incompleto, pequeño, de quien se reconoce incapaz por sí mismo de hacer o alcanzar algo.  Le pedimos ésto al Señor para que todas nuestras intenciones, es decir, todo lo que pensemos o deseemos; todas nuestras acciones, o sea, todo lo que hagamos y todas nuestras operaciones, es decir nuestros modos y actitudes de llevar a cabo las cosas; en una palabra nuestro modo de pensar y proceder.  Se ordene puramente, que sea recto, bien intencionado, que se ordene en función del Señor, en torno a Él y no a nosotros.  Para el servicio y alabanza de su divina majestad; es decir que nuestras intenciones, acciones y operaciones sean para el servicio de la obra del Señor y no para nuestro propio servicio; para alabanza, para agradecimiento del Señor y no para alabarnos a nosotros mismos o a alguien más.
¿Qué le pedimos entonces al Señor en esta oración? Su gracia para que nuestra persona entera se ordene en torno a Él para servirle y agradecerle en todo.
Tercer Momento: Composición Viendo El Lugar:
Se trata aquí de ver con la vista de la imaginación el lugar, las personas, las características del sitio donde se lleva a cabo la escena del Evangelio.  Se trata de captar con la mayor atención posible, con nuestros sentidos bien aguzados todos los detalles del lugar donde se lleva a cabo el Evangelio.
Esta oración, si así lo deseas, llévala a cabo en un templo.
De la Carta del apóstol Pablo a los Gálatas 1, 11-19.
Hermanos: Les hago saber que el Evangelio que he predicado, no proviene de los hombres, pues no lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo.
Ciertamente ustedes han oído hablar de mi conducta anterior en el judaísmo, cuando yo perseguía encarnizadamente a la Iglesia de Dios, tratando de destruirla; deben saber que me distinguía en el judaísmo, entre los jóvenes de mi pueblo y de mi edad, porque los superaba en el celo por las tradiciones paternas.
Pero Dios me había elegido desde el seno de mi madre, y por su gracia me llamó.  Un día quiso revelarme a su Hijo, para que yo lo anunciara entre los paganos.  Inmediatamente, sin solicitar ningún consejo humano y sin ir siquiera a Jerusalén para ver a los apóstoles anteriores a mí, me trasladé a Arabia y después regresé a Damasco.  Al cabo de tres años fui a Jerusalén, para ver a Pedro y estuve con él quince días.  No vi a ningún otro de los apóstoles, excepto a Santiago, el pariente del Señor.
Palabra del Señor
Cuarto Momento: Fruto A Pedir:
Pidamos al Espíritu Señor que nos revele a Su Hijo y que el Hijo a su vez nos revele nuestra misión.
Quinto Momento: Puntos:
En esta parte de la oración, tal vez volvamos a recorrer el camino ya efectuado, tal vez volvamos a contemplar o a meditar la escena; pero se trata ahora de poner especial atención en aquello que más nos movió durante la contemplación o la reflexión, porque ahí el Señor se está manifestando y algo nos está diciendo ahora, a algo nos está invitando al movernos interiormente.  Algo percibe nuestro cuerpo que se mueve interiormente.
Para esta oración, propongo los siguientes puntos; pero, como ya he mencionado, éstos tienen más que ver conmigo y con mi forma de mirar y sentir que con los que cada uno pudo haber sentido.  Se trata entonces de que la oración “refleje” algo de mí, que “ilumine” algo que no podía ver de mi persona, de mis intenciones, de mis acciones y de mis operaciones, de mi modo de sentir y de actuar.  Por que al momento en que trato de ver las cosas como Jesús las veía, se ilumina el contraste que hay entre El y yo.  No para desanimarme, sino para invitarme a seguirle y a amar como Él ama.
¿Cuál era la conducta que tenía hacia la Iglesia antes de que estallaran todos los casos de pederastia?
¿Cuál está siendo mi conducta hacia la Iglesia después de conocer estos casos de pederastia?
Pablo era distinguido en el judaísmo, a mí ¿cómo me distinguen a mí en la Iglesia, cómo me distingo?, ¿me distinguen, me distingo por algo?
De acuerdo al Concilio Vaticano II la Iglesia es el Pueblo de Dios, ¿sigo creyendo que la Iglesia es sólo la Jerarquía (religiosas, religiosos, curas, obispos y papa)?
Cualesquiera que sea mi posición dentro de la Iglesia:
            ¿Me ha revelado el Padre a su Hijo?, ¿quiero que me lo revele?, ¿se lo he pedido?
Si el Hijo ya me ha sido revelado (tal como a Pablo), ¿qué invitación me ha hecho (tal como a Pablo)?
Pablo presenta dos actitudes totalmente diferentes y el cambio de actitud se presenta cuando el Padre le revela al Hijo.  Con ello Pablo cambia su actitud, su postura ante la Iglesia de Dios, de perseguidor se convierte al más ferviente evangelizador.
¡Qué raro, no! En un mundo que clama pro congruencia, que exige la congruencia; en un mundo donde pareciese que nadie puede cambiar de opinión por que esto se ve como una contradicción, porque si no inmediatamente sale en las noticias y decimos que se desdijo.  En un mundo así, Pablo, nos muestra lo que le pasa al hombre cuando le es revelado el Hijo:
“SE CONVIERTE”
y, al convertirse, forzosamente cambia su estilo de vida, cambian sus actitudes, cambia su visión de la vida misma.
Hoy el papa nos ha dicho que la Iglesia sufre por sus pecados, especialmente por la falta de claridad y sinceridad de la Jerarquía.  Pero yo creo que también sufre por la actitud que el Pueblo de Dios tiene hacia ella, hacia la Iglesia misma que es él.  Sí, es una Iglesia pecadora, es una Jerarquía pecadora, los religiosos somos personas pecadoras, y el Pueblo de Dios también es pecador.
Pero, tal vez, ha comenzado un proceso de conversión.  ¿Cuándo habíamos escuchado a un papa que aceptara de esa manera la condición pecadora de la Jerarquía?, pero bien…
¿Cuáles son también los signos de conversión del Pueblo de Dios?, ¿cuáles son mis propios signos de conversión?
PORQUE, SI A MÍ EL PADRE ME HA REVELADO AL HIJO:
Es propio de ésto un cambio de actitud, aun y cuando yo parezca y aparezca como incongruente con mi pasado.  Incongruente de acuerdo a quién y cómo me venía desempeñando en la vida, pero congruente con el Evangelio, con la invitación de Jesús.
La revelación viene acompañada con una invitación al servicio, ¿cuál es mi invitación?, ¿a dónde y a quiénes estoy invitado a servir?
Si tu invitación es a convertirte en un crítico de la Iglesia, pues ¡enhorabuena! a desempeñar ese trabajo con fidelidad y congruencia, pero, ¿cómo te cercioraste que fuera tu verdadera invitación?  Checa el estado de ánimo que esta invitación te provoca: Si el tratar de ejecutar esta tarea te da paz, tranquilidad, si este trabajo te incrementa la fe, la esperanza y el amor (como lo propone S. Ignacio de Loyola), pues adelante que la invitación puede ser del Señor; pero si te produce todo lo contrario, pues a seguir orando y pidiéndole al Padre que te revele al Hijo para que Éste te invite a su misión.
Ahora bien, me guste o no pertenezco a esta Iglesia que es pecadora, y Jesús me invita a trabajar en ella ¿cómo me siento yo ante esta Iglesia pecadora?
El papa ha comenzado a pedir perdón por los pecados de la Iglesia:
¿Me basta esta petición de perdón o quiero todavía más, espero todavía más?, ¿qué es eso más que quiero y que espero?
Eso que quiero extra, ¿por qué lo quiero? Y si lo obtuviera, ¿sería todo o todavía quedría más?
No creo que se trate de no criticar a la Iglesia, al contrario, nos damos cuenta con todos estos problemas que nos ha faltado crítica (como Jerarquía) y autocrítica (como Pueblo de Dios), pero creo que también se trata de CONVERTIRNOS, de un cambio interior tan fuerte provocado por la revelación que el Padre nos hace del Hijo, de un movimiento interior tan estremecedor que hasta nos haga parecer incongruentes con nosotros mismos, hacia los que nos conocer, pero que nos haga totalmente congruentes con el Evangelio del Señor Jesús.
Insisto, estos son mis puntos propuestos, habrá alguien que le haya llamado más la atención alguna otra parte de la lectura y en ella se podrá abocar y ahí podrá profundizar.  No es necesario que se hagan todas las preguntas sino sólo aquellas que muevan el interior.
Sexto Momento: Coloquio:
Termino mi oración con un coloquio (una plática) con el Padre y con el Hijo.  Es un coloquio, no un monólogo, es decir, que debo dejar hablar a ambos, reconocer lo que Ellos quiere decirme con todo ésto que me mostró en la oración.  Se trata también de agradecer lo que en ella me ha regalado.
Platico con el Padre y le pido que me revele a su Hijo, que me lo muestre y que me lleve a Él.  Cuando el Padre me haya revelado al Hijo, platico con Éste, le expongo mis deseos, mis dudas, mis incertidumbres acerca de lo que oré, acerca de la Iglesia y le pido que pueda ver a lo que Él me invita en ella, lo dejo hablar y lo escucho.
Séptimo Momento: Examen De La Oración:
Este momento consiste en revisar cómo fue nuestra oración, qué fruto pedimos y cuál nos regaló el Señor.  Qué me ayudó en la oración y porqué no pude entrar en ella.  Se toma nota y se comparte con el grupo.
Si gustas, puedes repetir la oración y profundizar aún más en los frutos que el Señor quiere regalarte.

domingo, 23 de mayo de 2010

NOS GLORIAMOS DE NUESTRAS TRIBULACIONES


Evangelio del domingo 30 de mayo de 2010
La Santísima Trinidad.
 “Nos gloriamos de nuestras tribulaciones”. Rom 5, 3
 Primer Momento:
Tranquilizarme, pacificarme.  Tomarme el tiempo necesario para dejar a un lado los problemas.  Los problemas ahí están, la oración no los eliminará ni me aislará o evitará vivir las cosas que la misma vida trae consigo, pero la oración si puede ayudarme a ver los problemas con otros ojos, desde otra perspectiva, la de mi Señor.
Entrar en oración es como cuando éramos niños y estábamos solos en algún sitio, llenos de miedo.  Entrar en oración es como cuando en ese momento alcanzábamos a ver a nuestro papá o a nuestra mamá acercándose a nosotros.  Esa misma sensación de alegría, paz y tranquilidad es la misma que nos regala el Señor con su presencia.
Si soy capaz de dedicarle tiempo a muchas cosas, también puedo ser capaz de dedicarme este tiempo a mí misma y a mi Señor, insisto, no para huir del mundo, sino para estar en él de otro modo, con la actitud de Jesús.
Así pues, démonos este tiempo.  Respiremos profundamente, sintamos cómo el aire pasa por nuestra nariz, por la tráquea, cómo llena los pulmones y del mismo modo, sintamos cómo nos vamos vaciando de él.
Cuando alcance el silencio interior, podré así encontrar la voz de mi Señor en mí mismo(a).
Segundo Momento: Oración Preparatoria:
San Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios Espirituales, nos invita a que iniciemos cada contemplación o reflexión que vayamos a hacer, con una oración preparatoria, que siempre es la misma:
“Te pido tu gracia Dios, mi Señor, para que todas mis intenciones, acciones y operaciones se ordenen puramente para el servicio y alabanza de tu divina majestad."
Es decir que le estamos pidiendo al Señor que nos alcance su gracia, que nos de el favor, es una actitud de humildad de quien se reconoce incompleto, pequeño, de quien se reconoce incapaz por sí mismo de hacer o alcanzar algo.  Le pedimos ésto al Señor para que todas nuestras intenciones, es decir, todo lo que pensemos o deseemos; todas nuestras acciones, o sea, todo lo que hagamos y todas nuestras operaciones, es decir nuestros modos y actitudes de llevar a cabo las cosas; en una palabra nuestro modo de pensar y proceder.  Se ordene puramente, que sea recto, bien intencionado, que se ordene en función del Señor, en torno a Él y no a nosotros.  Para el servicio y alabanza de su divina majestad; es decir que nuestras intenciones, acciones y operaciones sean para el servicio de la obra del Señor y no para nuestro propio servicio; para alabanza, para agradecimiento del Señor y no para alabarnos a nosotros mismos o a alguien más.
¿Qué le pedimos entonces al Señor en esta oración? Su gracia para que nuestra persona entera se ordene en torno a Él para servirle y agradecerle en todo.
Tercer Momento: Composición Viendo El Lugar:
Se trata aquí de ver con la vista de la imaginación el lugar, las personas, las características del sitio donde se lleva a cabo la escena del Evangelio.  Se trata de captar con la mayor atención posible, con nuestros sentidos bien aguzados todos los detalles del lugar donde se lleva a cabo el Evangelio.
Esta oración, si así lo deseas, llévala a cabo en un lugar solitario, en silencio, donde puedas reflexionar y meditar lo que estás orando.  Contempla tu fe y tu actitud ante las tribulaciones.
De la Carta del apóstol Pablo a los Romanos 5, 1-5.
Pues bien, ahora que hemos sido justificados por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de Jesucristo Señor nuestro.  También por él –por la fe- hemos alcanzado la gracia en la que nos encontramos, y podemos estar orgullosos esperando la gloria de Dios.  No sólo eso, sino que además nos gloriamos de nuestras tribulaciones; porque sabemos que la tribulación produce la paciencia, de la paciencia sale la fe firme y de la fe firme brota la esperanza.  Y la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestro corazón por el don del Espíritu Santo.
 Palabra del Señor
Cuarto Momento: Fruto A Pedir:
Pidamos al Espíritu Señor que nos regale el don de la fe en la vida misma, que en nuestra vida diaria podamos encontrar la esperanza que viene con la fe.
 Quinto Momento: Puntos:
En esta parte de la oración, tal vez volvamos a recorrer el camino ya efectuado, tal vez volvamos a contemplar o a meditar la escena; pero se trata ahora de poner especial atención en aquello que más nos movió durante la contemplación o la reflexión, porque ahí el Señor se está manifestando y algo nos está diciendo ahora, a algo nos está invitando al movernos interiormente.  Algo percibe nuestro cuerpo que se mueve interiormente.
Para esta oración, propongo los siguientes puntos; pero, como ya he mencionado, éstos tienen más que ver conmigo y con mi forma de mirar y sentir que con los que cada uno pudo haber sentido.  Se trata entonces de que la oración "refleje" algo de mí, que "ilumine" algo que no podía ver de mi persona, de mis intenciones, de mis acciones y de mis operaciones, de mi modo de sentir y de actuar.  Por que al momento en que trato de ver las cosas como Jesús las veía, se ilumina el contraste que hay entre El y yo.  No para desanimarme, sino para invitarme a seguirle y a amar como Él ama.
¿Cómo tomo yo a las tribulaciones?
  • ¿Qué son para mí las tribulaciones?
  • ¿De dónde provienen, qué origen tienen mis tribulaciones?
  • ¿Por qué digo que son tribulaciones?, ¿qué las diferencia de un capricho?
¿Reconozco, me doy cuenta de que las tribulaciones forman parte de la vida misma, del hecho de vivir?
¿Puedo dejar de tener tribulaciones en la vida?, ¿puedo evitar tener tribulaciones en la vida?
  • Morirán seres queridos, envejeceré y perderé muchas de mis facultades.
  • Yo mismo soy una colección de sueños no realizados, mi vida es una colección de fracasos y tribulaciones constantes.
  • Seguramente no soy todo lo que puedo ser ni todo lo que he querido ser y seguramente no tengo todo lo que me gustaría tener para vivir o lo que necesito para vivir (en México más del 50% de la población vive un grado de pobreza).
  • Seguramente muchos de mis planes no se han cumplido y muchos de los que tengo actualmente no se cumplirán.
  • Tal vez yo o algún pariente o amigo están padeciendo una enfermedad terminal o crónica.
Así pues, en la vida y mientras yo la viva, el sufrimiento, las tribulaciones son implícitas, son parte de la vida misma.  He tenido, tengo y tendré tribulaciones mientras siga vivo.
Pero nos gloriamos de nuestras tribulaciones, porque sabemos que las tribulaciones producen paciencia.
Pero…¿Quién es el paciente?, sí, el que sufre, el que vive la tribulación, ¿pero cómo la vive?
  • El paciente se aferra a la vida, permanece firme, toma el tratamiento (aunque en principio no le guste o parezca que éste le hace aun más daño, p.ej. la quimioterapia).
  • Pero el paciente está a la “ESPERA” de algo y por ese algo es que “sufre” el tratamiento.
  • El paciente no pone su mirada ni en el sufrimiento ni en la tribulación ni en el tratamiento.  Sí, los padece, pero su mirada traspasa a éstos.
  • Que podemos quedarnos en el proceso, ¡sin duda!, pero el haber caminado parte de él con la vista más allá de éste nos habrá dado un modo diferente de vivirlo.
…de la paciencia sale la fe firme…
¿Basta entonces sufrir y padecer para alcanzar la fe?
  • Creo que no.  La fe es don y por lo tanto regalo.  Pero indudablemente hay algo en el proceso que nos posibilita a ello, que nos posibilita a recibir el don de la fe.
  • Hay algo en el proceso que posibilita, precisamente, a poner la mirada más allá de lo que se está viviendo, pero sin dejar de vivirlo.
  • Es decir, se vive y padece el sufrimiento, la tribulación, pero este vivir y padecer posibilitan, dan lugar a que el Señor pueda donarnos la fe.
…Entonces, ¿hay que buscar el sufrimiento para tener acceso a la fe?
  • Sería estúpido e inhumano buscar el sufrimiento por sí mismo.  Además por qué empeñarnos en buscar algo que, como hemos visto, por sí mismo llegará.
  • Creo que la propuesta de Pablo va en el sentido de poner nuestra mirada más allá de los sufrimientos y tribulaciones, la pone la mirada en Cristo Jesús.  La propuesta de Pablo busca que no nos atoremos en la tribulación, en el sufrimiento sino que de éste se engendre la paciencia, el ser pacientes; y que de esta paciencia se abra la puerta para recibir la fe, pero…
¿Qué es la fe?
  • A mi modo de ver, la fe es eso que mantuvo a Abraham creyendo (aun y con sus dudas temporales) que iba a ser el padre de naciones y que iba engendrar un hijo con Sara, cuando ambos pasaban ya de los cien años.
¿Qué diferencia hay pues con la esperanza?
  • Pareciese que la fe es la que permite mantener la esperanza y el mismo Pablo lo menciona.
  • Yo tengo fe, vivo el sufrimiento, la tribulación de modo tal en que confío en que algo se va a dar más allá de la tribulación misma.
  • Pareciese pues, que no se puede hablar de fe sin hablar al mismo tiempo de esperanza, ni de esperanza sin hablar de fe, porque, ¿cómo es posible que tenga fe y no espere nada o a nadie?
  • Pareciese entonces que la fe es el modo en que se vive (perseverando, creciendo, creyendo, intentando, luchando, aguantando,…) mientras llega aquello que se espera.
Por eso Pablo no le teme a la tribulación, al sufrimiento, al contrario, se da cuenta de que éste posibilita a la fe y a la esperanza…
…y la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el don del Espíritu Santo…
  • Si se vive con fe se vive entonces con alegría porque hay esperanza.
  • Por eso es que la fe nos salva.  Sí, están las obras, pero las obras sin fe (y por ende sin esperanza), tarde o temprano nos cansarán.
Pero al mismo tiempo no hay fe sin un modo de obrar y de vivir.  La fe se transluce en estos y la fe se vive en estos.  Porque mientras no se alcance lo esperado hay que vivir y obrar en la tribulación, y se vive y se obra en función de aquello que se espera y aquello que se espera se espera gracias a que el Espíritu nos ha donado a la fe.
Insisto, estos son mis puntos propuestos, habrá alguien que le haya llamado más la atención alguna otra parte de la lectura y en ella se podrá abocar y ahí podrá profundizar.  No es necesario que se hagan todas las preguntas sino sólo aquellas que muevan el interior.
Sexto Momento: Coloquio:
Termino mi oración con un coloquio (una plática) con Jesús.  Es un coloquio, no un monólogo, es decir, que debo dejar hablar a Jesús, reconocer lo que Él quiere decirme con todo ésto que me mostró en la oración.  Se trata también de agradecer lo que en ella me ha regalado.
Platico con Jesús y le expongo lo que es mi fe y lo que mi fe me lleva a esperar, y dejo que me responda.
Séptimo Momento: Examen De La Oración:
Este momento consiste en revisar cómo fue nuestra oración, qué fruto pedimos y cuál nos regaló el Señor.  Qué me ayudó en la oración y porqué no pude entrar en ella.  Se toma nota y se comparte con el grupo.
Si gustas, puedes repetir la oración y profundizar aún más en los frutos que el Señor quiere regalarte.

domingo, 16 de mayo de 2010

¡SEÑOR JESÚS!


Evangelio del domingo 23 de mayo de 2010
Domingo de Pentecostés.
 "Por eso les hago notar que nadie, movido por el Espíritu de Dios puede decir: ¡maldito sea Jesús! Y nadie puede decir: ¡Señor Jesús! si no es movido por el Espíritu Santo". 1 Cor 12, 3.
 Primer Momento:
Tranquilizarme, pacificarme.  Tomarme el tiempo necesario para dejar a un lado los problemas.  Los problemas ahí están, la oración no los eliminará ni me aislará o evitará vivir las cosas que la misma vida trae consigo, pero la oración si puede ayudarme a ver los problemas con otros ojos, desde otra perspectiva, la de mi Señor.
Entrar en oración es como cuando éramos niños y estábamos solos en algún sitio, llenos de miedo.  Entrar en oración es como cuando en ese momento alcanzábamos a ver a nuestro papá o a nuestra mamá acercándose a nosotros.  Esa misma sensación de alegría, paz y tranquilidad es la misma que nos regala el Señor con su presencia.
Si soy capaz de dedicarle tiempo a muchas cosas, también puedo ser capaz de dedicarme este tiempo a mí misma y a mi Señor, insisto, no para huir del mundo, sino para estar en él de otro modo, con la actitud de Jesús.
Así pues, démonos este tiempo.  Respiremos profundamente, sintamos cómo el aire pasa por nuestra nariz, por la tráquea, cómo llena los pulmones y del mismo modo, sintamos cómo nos vamos vaciando de él.
Cuando alcance el silencio interior, podré así encontrar la voz de mi Señor en mí mismo(a).
Segundo Momento: Oración Preparatoria:
San Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios Espirituales, nos invita a que iniciemos cada contemplación o reflexión que vayamos a hacer, con una oración preparatoria, que siempre es la misma:
“Te pido tu gracia Dios, mi Señor, para que todas mis intenciones, acciones y operaciones se ordenen puramente para el servicio y alabanza de tu divina majestad."
Es decir que le estamos pidiendo al Señor que nos alcance su gracia, que nos de el favor, es una actitud de humildad de quien se reconoce incompleto, pequeño, de quien se reconoce incapaz por sí mismo de hacer o alcanzar algo.  Le pedimos ésto al Señor para que todas nuestras intenciones, es decir, todo lo que pensemos o deseemos; todas nuestras acciones, o sea, todo lo que hagamos y todas nuestras operaciones, es decir nuestros modos y actitudes de llevar a cabo las cosas; en una palabra nuestro modo de pensar y proceder.  Se ordene puramente, que sea recto, bien intencionado, que se ordene en función del Señor, en torno a Él y no a nosotros.  Para el servicio y alabanza de su divina majestad; es decir que nuestras intenciones, acciones y operaciones sean para el servicio de la obra del Señor y no para nuestro propio servicio; para alabanza, para agradecimiento del Señor y no para alabarnos a nosotros mismos o a alguien más.
¿Qué le pedimos entonces al Señor en esta oración? Su gracia para que nuestra persona entera se ordene en torno a Él para servirle y agradecerle en todo.
Tercer Momento: Composición Viendo El Lugar:
Se trata aquí de ver con la vista de la imaginación el lugar, las personas, las características del sitio donde se lleva a cabo la escena del Evangelio.  Se trata de captar con la mayor atención posible, con nuestros sentidos bien aguzados todos los detalles del lugar donde se lleva a cabo el Evangelio.
Esta oración, si así lo deseas, llévala a cabo en un lugar solitario, en silencio, donde puedas reflexionar y meditar lo que estás orando.
De la Primera Carta del apóstol Pablo a los Corintios 12, 3-7. 12-13.
Por eso les hago notar que nadie, movido por el Espíritu de Dios puede decir: ¡maldito sea Jesús! Y nadie puede decir: ¡Señor Jesús! si no es movido por el Espíritu Santo.
Existen diversos dones espirituales, pero un mismo Espíritu; existen ministerios diversos, pero un mismo Señor; existen actividades diversas, pero un mismo Dios que ejecuta todo en todos. 
A cada uno se le da una manifestación del Espíritu para el bien común.  Pero todo lo realiza el mismo y único Espíritu repartiendo a cada uno como quiere.  Como el cuerpo, que siendo uno, tiene muchos miembros, y los miembros, siendo muchos, forman un solo cuerpo, así también Cristo.  Todos nosotros, judíos o griegos, esclavos o libres, nos hemos bautizado en un solo Espíritu para formar un solo cuerpo, y hemos bebido un solo Espíritu.
 Palabra del Señor
Cuarto Momento: Fruto A Pedir:
Pidamos al Espíritu que “actúe” en mí y que junto con otras y otros pueda decir: ¡SEÑOR JESÚS!
 Quinto Momento: Puntos:
En esta parte de la oración, tal vez volvamos a recorrer el camino ya efectuado, tal vez volvamos a contemplar o a meditar la escena; pero se trata ahora de poner especial atención en aquello que más nos movió durante la contemplación o la reflexión, porque ahí el Señor se está manifestando y algo nos está diciendo ahora, a algo nos está invitando al movernos interiormente.  Algo percibe nuestro cuerpo que se mueve interiormente.
Para esta oración, propongo los siguientes puntos; pero, como ya he mencionado, éstos tienen más que ver conmigo y con mi forma de mirar y sentir que con los que cada uno pudo haber sentido.  Se trata entonces de que la oración "refleje" algo de mí, que "ilumine" algo que no podía ver de mi persona, de mis intenciones, de mis acciones y de mis operaciones, de mi modo de sentir y de actuar.  Por que al momento en que trato de ver las cosas como Jesús las veía, se ilumina el contraste que hay entre El y yo.  No para desanimarme, sino para invitarme a seguirle y a amar como Él ama.
La propuesta de esta semana va encaminada a reconocer si decimos: ¡Señor Jesús! o ¡maldito Jesús!
¿Cuál es tu experiencia del Espíritu de Jesús?
¿Revolcarte en el suelo por la “acción” del Espíritu, hablar lenguas que nadie entiende, llorar por nada, gritar, cantar, aplaudir, desmayarte?
Y después de este espectáculo, ¿qué?, ¿cómo es tu vida?, ¿sigue siendo la misma, el mismo que eras antes de la “acción” del Espíritu?
Si no eres la misma, el mismo ¿en qué ha cambiado?, ¿eres más libre, más auténtico o auténtica, amas más, amas a más personas, amas a aquella o a aquel que no amabas? o, ¿sigues siendo la misma o el mismo y solo fue un “lapsus”?
Este Espíritu que has recibido:
¿Une o desune?, ¿encadena o libera?, ¿se siente especial y te hace sentir especial a ti entre todos?, o ¿te hace sentirte uno con los demás, te hace comulgar con los demás?
Porque en todos nosotros, judíos o griegos, esclavos o libres (hoy Pablo diría: católicos o luteranos, liberales o conservadores, etc.), en cada uno se manifiesta el Espíritu PARA EL BIEN COMÚN…
O, ¿para mi bien particular, para que yo luz y digan: qué buena, qué bueno es; qué devota, qué devoto es; qué buena o buen cristiano es?, ¿cómo se manifiesta este Espíritu en mí, para mí, para mi bien o para el BIEN COMÚN?
Hay diferentes dones, pero el Espíritu es el mismo…
Me doy cuenta que la hermana, el hermano no tiene por qué tener el mismo don que yo, por lo tanto no puede ni tiene que hacer lo que yo hago, ni como yo lo hago; no tiene por qué pensar como yo pienso ni sentir lo que yo siento, porque HAY DIFERENTES DONES, PERO EL ESPÍRITU ES EL MISMO.
Nadie puede llamar a Jesús “Señor”, si no es bajo la acción del Espíritu Santo.
Del Espíritu Santo y no de mi propio espíritu.
Decirle “Señor” a Jesús es reconocer que uno ha recibido el don del Espíritu (recibido que no es lo mismo que “ganado”, don que implica que es “donación” de algo que el Señor nos ha regalado).
Recibir al Espíritu implica pues, que reconozco mi don, pero también reconozco que otros y otras tienen dones diferentes a los míos.
Y cuando yo dono mi don (regalo lo que me ha sido donado) es cuando el Espíritu actúa en mí y es cuando reconozco, sin necesidad de gritos o desmayos, que JESÚS es el Señor.
Cuando dono mi don doy al otro (como Dios me ha dado a mí) aquello de lo que el otro carece (tal y como yo soy totalmente carente ante el Señor), y al hacerlo comulgo con el otro y el don propio se convierte en un don común, en un bien común, en algo que es de todos.  Pero así como yo dono lo mío reconociendo que al otro le falta, del mismo modo yo me reconozco pobre y sé que carezco de muchas cosas y dones que el otro me puede donar, y humildemente me sé incompleto y recibo lo que el otro tiene para darme, y así, comunicamos nuestros dones y nos convertimos en comunidad, en Iglesia.  Así, ahí es cuando actúa el Espíritu y estamos gritando y cantando: ¡SEÑOR JESÚS! en lenguas inentendibles y que nadie reconoce, porque el Espíritu no actúa en ellos, y como el Espíritu no actúa en ellos, éstos gritan: ¡maldito Jesús!
De la Contemplación para alcanzar amor E.E. de S. Ignacio de Loyola [231]
Insisto, estos son mis puntos propuestos, habrá alguien que le haya llamado más la atención alguna otra parte de la lectura y en ella se podrá abocar y ahí podrá profundizar.  No es necesario que se hagan todas las preguntas sino sólo aquellas que muevan el interior.
Sexto Momento: Coloquio:
Termino mi oración con un coloquio (una plática) con Jesús.  Es un coloquio, no un monólogo, es decir, que debo dejar hablar a Jesús, reconocer lo que Él quiere decirme con todo ésto que me mostró en la oración.  Se trata también de agradecer lo que en ella me ha regalado.
Platico con el Espíritu Santo y le comento cuál ha sido Su acción en mí, y dejo que Él me responda y le permito que actúe en mí para al final poder decir con Él y con otros: ¡SEÑOR JESÚS!
Séptimo Momento: Examen De La Oración:
Este momento consiste en revisar cómo fue nuestra oración, qué fruto pedimos y cuál nos regaló el Señor.  Qué me ayudó en la oración y porqué no pude entrar en ella.  Se toma nota y se comparte con el grupo.
Si gustas, puedes repetir la oración y profundizar aún más en los frutos que el Señor quiere regalarte.

domingo, 9 de mayo de 2010

¡Galileo, Galilea! ¿Qué haces mirando al cielo?


Evangelio del domingo 16 de mayo de 2010
La Ascensión del Señor.
   "Hombres de Galilea, ¿qué hacen ahí mirando al cielo? Este Jesús, que les ha sido quitado y elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir". Hch 1,11.
 Primer Momento:
Tranquilizarme, pacificarme.  Tomarme el tiempo necesario para dejar a un lado los problemas.  Los problemas ahí están, la oración no los eliminará ni me aislará o evitará vivir las cosas que la misma vida trae consigo, pero la oración si puede ayudarme a ver los problemas con otros ojos, desde otra perspectiva, la de mi Señor.
Entrar en oración es como cuando éramos niños y estábamos solos en algún sitio, llenos de miedo.  Entrar en oración es como cuando en ese momento alcanzábamos a ver a nuestro papá o a nuestra mamá acercándose a nosotros.  Esa misma sensación de alegría, paz y tranquilidad es la misma que nos regala el Señor con su presencia.
Si soy capaz de dedicarle tiempo a muchas cosas, también puedo ser capaz de dedicarme este tiempo a mí misma y a mi Señor, insisto, no para huir del mundo, sino para estar en él de otro modo, con la actitud de Jesús.
Así pues, démonos este tiempo.  Respiremos profundamente, sintamos cómo el aire pasa por nuestra nariz, por la tráquea, cómo llena los pulmones y del mismo modo, sintamos cómo nos vamos vaciando de él.
Cuando alcance el silencio interior, podré así encontrar la voz de mi Señor en mí mismo(a).
Segundo Momento: Oración Preparatoria:
San Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios Espirituales, nos invita a que iniciemos cada contemplación o reflexión que vayamos a hacer, con una oración preparatoria, que siempre es la misma:
“Te pido tu gracia Dios, mi Señor, para que todas mis intenciones, acciones y operaciones se ordenen puramente para el servicio y alabanza de tu divina majestad."
Es decir que le estamos pidiendo al Señor que nos alcance su gracia, que nos de el favor, es una actitud de humildad de quien se reconoce incompleto, pequeño, de quien se reconoce incapaz por sí mismo de hacer o alcanzar algo.  Le pedimos ésto al Señor para que todas nuestras intenciones, es decir, todo lo que pensemos o deseemos; todas nuestras acciones, o sea, todo lo que hagamos y todas nuestras operaciones, es decir nuestros modos y actitudes de llevar a cabo las cosas; en una palabra nuestro modo de pensar y proceder.  Se ordene puramente, que sea recto, bien intencionado, que se ordene en función del Señor, en torno a Él y no a nosotros.  Para el servicio y alabanza de su divina majestad; es decir que nuestras intenciones, acciones y operaciones sean para el servicio de la obra del Señor y no para nuestro propio servicio; para alabanza, para agradecimiento del Señor y no para alabarnos a nosotros mismos o a alguien más.
¿Qué le pedimos entonces al Señor en esta oración? Su gracia para que nuestra persona entera se ordene en torno a Él para servirle y agradecerle en todo.
Tercer Momento: Composición Viendo El Lugar:
Se trata aquí de ver con la vista de la imaginación el lugar, las personas, las características del sitio donde se lleva a cabo la escena del Evangelio.  Se trata de captar con la mayor atención posible, con nuestros sentidos bien aguzados todos los detalles del lugar donde se lleva a cabo el Evangelio.
Esta oración, si así lo deseas, la puedes llevar a cabo en un lugar elevado, la cima de un monte o la azotea de tu casa.
Del libro de los Hechos de los Apóstoles 1, 1-11
En mi primer libro, querido Teófilo, conté todo lo que Jesús hizo y enseñó desde el principio hasta el día que fue llevado al cielo, después de haber dado instrucciones, por medio del Espíritu Santo, a los apóstoles que había elegido.
Después de su pasión, se les había presentado vivo durante cuarenta días, dándoles muchas pruebas, mostrándose y hablando del reino de Dios.  Mientras comía con ellos, les encargó que no se alejaran de Jerusalén, sino que esperaran lo prometido por el Padre: la promesa que yo les he anunciado –les dijo-: que Juan bautizó con agua, pero ustedes serán bautizados dentro de poco con Espíritu Santo.
Estando ya reunidos le preguntaban: “Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar la soberanía de Israel?” Él les contestó: “No les toca a ustedes saber los tiempos y circunstancias que el Padre ha fijado con su propia autoridad.  Pero recibirían la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre ustedes, y serán testigos míos en Jerusalén, Judea y Samaria y hasta el confín del mundo.
Dicho esto, los apóstoles lo vieron elevarse, y una nube lo ocultó de la vista.  Seguían con los ojos fijos en el cielo mientras él se marchaba, cuando dos personas vestidas de blanco se les presentaron y les dijeron: “Hombres de Galilea, ¿qué hacen ahí mirando al cielo? Este Jesús, que les ha sido quitado y elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir”.
 Palabra del Señor
Cuarto Momento: Fruto A Pedir:
Pidamos al Señor en esta ocasión a que nos ayude a dirigir la mirada hacia dónde tenemos que dirigirla, a que nuestra atención esté puesta en aquello a lo cuál Él nos invita.
 Quinto Momento: Puntos:
En esta parte de la oración, tal vez volvamos a recorrer el camino ya efectuado, tal vez volvamos a contemplar o a meditar la escena; pero se trata ahora de poner especial atención en aquello que más nos movió durante la contemplación o la reflexión, porque ahí el Señor se está manifestando y algo nos está diciendo ahora, a algo nos está invitando al movernos interiormente.  Algo percibe nuestro cuerpo que se mueve interiormente.
Para esta oración, propongo los siguientes puntos; pero, como ya he mencionado, éstos tienen más que ver conmigo y con mi forma de mirar y sentir que con los que cada uno pudo haber sentido.  Se trata entonces de que la oración "refleje" algo de mí, que "ilumine" algo que no podía ver de mi persona, de mis intenciones, de mis acciones y de mis operaciones, de mi modo de sentir y de actuar.  Por que al momento en que trato de ver las cosas como Jesús las veía, se ilumina el contraste que hay entre El y yo.  No para desanimarme, sino para invitarme a seguirle y a amar como Él ama.
La propuesta de esta semana va dirigida a reconocer en dónde y en qué tenemos puestas nuestras esperanzas: En un dios que está en el cielo o en un Dios que trabaja día a día, con nosotros aquí en la tierra.
¡Galileo, Galilea!, ¿qué haces ahí parada mirando al cielo?
  • ¿Estás esperando que llegue el político que te salve y que revierta tu situación económica?
  • ¿Estás esperando un nuevo Concilio ecuménico que cambie a la Iglesia a la cual perteneces?
  • ¿Estás esperando a que tu pareja, tu familia, tus hijos cambien para amarlos de verdad?
  • ¿Estás esperando que tu jefe valores tu trabajo para ahora sí echarle todas las ganas?
  • ¿Estás esperando que llegue el Ejército o la Marina a tu colonia para que haya paz en ella?
  • ¿Estás esperando que baje el Señor a resolver tus propios problemas, cuando no bajó a desclavar a su Hijo de la cruz, porque el haberlo hecho hubiese significado que tendría que estar bajando a cada rato y en cada momento a amarrarnos las agujetas de nuestros zapatos?
¡Galileo, Galilea!: Ese mismo Jesús que los ha dejado para subir al cielo, volverá como han visto alejarse…MIENTRAS TANTO:
  • Ora, recrea, practica lo que Él hizo contigo.
  • Deja de mirar al cielo y empieza a ver a tu alrededor y a ti mismo, y date cuenta de lo que tienes, de lo que puedes y a quienes tienes para trabajar por el Reino de Dios que es el Reino de Cristo.
  • Deja de ver hacia arriba y date cuenta que de arriba sólo viene la gracia que te da la fortaleza de vivir acá abajo, tal y como Jesús vivió acá abajo.
  • Deja de voltear tanto hacia arriba y comienza a voltear hacia tus hermanos y hermanas, deja de añorar el Reino de los Cielos que tendrá su momento de venir y ponte a trabajar para que el Reino de Dios comience aquí en la tierra.

Recuerda que Jesús se ENCARNÓ en este mundo y en esta realidad, que fue en ella donde vivió, donde trabajó, donde creció, donde enseñó, donde sufrió, donde fue traicionado, condenado y asesinado, donde resucitó y del cual ascendió.  Recuerda que fue en este mundo donde se quedaron sus apóstoles a reproducir y tratar de hacer lo que Él hizo, así que pongámonos a hacer lo mismo que Jesús y sus apóstoles hicieron.
Insisto, estos son mis puntos propuestos, habrá alguien que le haya llamado más la atención alguna otra parte de la lectura y en ella se podrá abocar y ahí podrá profundizar.  No es necesario que se hagan todas las preguntas sino sólo aquellas que muevan el interior.
Sexto Momento: Coloquio:
Termino mi oración con un coloquio (una plática) con Jesús.  Es un coloquio, no un monólogo, es decir, que debo dejar hablar a Jesús, reconocer lo que Él quiere decirme con todo ésto que me mostró en la oración.  Se trata también de agradecer lo que en ella me ha regalado.
Platico con Jesús desde este monte, desde esta azotea desde la cual contemplo los cielos, pero desde la cual también puedo contemplar la tierra, y le pregunto a Jesús en dónde me invita a trabajar, y dejo que hable…
Séptimo Momento: Examen De La Oración:
Este momento consiste en revisar cómo fue nuestra oración, qué fruto pedimos y cuál nos regaló el Señor.  Qué me ayudó en la oración y porqué no pude entrar en ella.  Se toma nota y se comparte con el grupo.
Si gustas, puedes repetir la oración y profundizar aún más en los frutos que el Señor quiere regalarte.

sábado, 1 de mayo de 2010

El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él.


Evangelio del Domingo 9 de mayo de 2010
Sexto Domingo de Pascua.



"El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él". Jn 14,23.
 Primer Momento:
Tranquilizarme, pacificarme.  Tomarme el tiempo necesario para dejar a un lado los problemas.  Los problemas ahí están, la oración no los eliminará ni me aislará o evitará vivir las cosas que la misma vida trae consigo, pero la oración si puede ayudarme a ver los problemas con otros ojos, desde otra perspectiva, la de mi Señor.
Entrar en oración es como cuando éramos niños y estábamos solos en algún sitio, llenos de miedo.  Entrar en oración es como cuando en ese momento alcanzábamos a ver a nuestro papá o a nuestra mamá acercándose a nosotros.  Esa misma sensación de alegría, paz y tranquilidad es la misma que nos regala el Señor con su presencia.
Si soy capaz de dedicarle tiempo a muchas cosas, también puedo ser capaz de dedicarme este tiempo a mí misma y a mi Señor, insisto, no para huir del mundo, sino para estar en él de otro modo, con la actitud de Jesús.
Así pues, démonos este tiempo.  Respiremos profundamente, sintamos cómo el aire pasa por nuestra nariz, por la tráquea, cómo llena los pulmones y del mismo modo, sintamos cómo nos vamos vaciando de él.
Cuando alcance el silencio interior, podré así encontrar la voz de mi Señor en mí mismo(a).
Segundo Momento: Oración Preparatoria:
San Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios Espirituales, nos invita a que iniciemos cada contemplación o reflexión que vayamos a hacer, con una oración preparatoria, que siempre es la misma:
“Te pido tu gracia Dios, mi Señor, para que todas mis intenciones, acciones y operaciones se ordenen puramente para el servicio y alabanza de tu divina majestad."
Es decir que le estamos pidiendo al Señor que nos alcance su gracia, que nos de el favor, es una actitud de humildad de quien se reconoce incompleto, pequeño, de quien se reconoce incapaz por sí mismo de hacer o alcanzar algo.  Le pedimos ésto al Señor para que todas nuestras intenciones, es decir, todo lo que pensemos o deseemos; todas nuestras acciones, o sea, todo lo que hagamos y todas nuestras operaciones, es decir nuestros modos y actitudes de llevar a cabo las cosas; en una palabra nuestro modo de pensar y proceder.  Se ordene puramente, que sea recto, bien intencionado, que se ordene en función del Señor, en torno a Él y no a nosotros.  Para el servicio y alabanza de su divina majestad; es decir que nuestras intenciones, acciones y operaciones sean para el servicio de la obra del Señor y no para nuestro propio servicio; para alabanza, para agradecimiento del Señor y no para alabarnos a nosotros mismos o a alguien más.
¿Qué le pedimos entonces al Señor en esta oración? Su gracia para que nuestra persona entera se ordene en torno a Él para servirle y agradecerle en todo.
Tercer Momento: Composición Viendo El Lugar:
Se trata aquí de ver con la vista de la imaginación el lugar, las personas, las características del sitio donde se lleva a cabo la escena del Evangelio.  Se trata de captar con la mayor atención posible, con nuestros sentidos bien aguzados todos los detalles del lugar donde se lleva a cabo el Evangelio.
Esta oración, si así lo deseas, la puedes llevar a cabo en un panteón.
Del santo Evangelio según san Juan 14,23-29
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él.
El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que están oyendo no es mía, sino del Padre que me envió.
Les he hablado de esto ahora que estoy a su lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien se lo enseñe todo y se los vaya recordando todo lo que les he dicho.
La paz les dejo, mi paz les doy; no les la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble su corazón ni se acobarde. Me han oído decir: "Me voy y vuelvo a su lado." Si me amaran, se alegrarían de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Se lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigan creyendo."
 Palabra del Señor
Cuarto Momento: Fruto A Pedir:
Para esta oración pidamos al Buen Señor que nos muestre nuestra verdadera forma de amarle y si en verdad es amor a Él, a Jesús, o es amor a nosotros mismos, o es algo con lo cual nos engañamos y pretendemos engañar a los demás, o si es falta de valor de nuestra parte de querer en verdad hacer vida Su palabra y desear que hagan morada en mí Él, Jesús y el Espíritu Santo.  Que en esta oración podamos contemplar ésto.
 Quinto Momento: Puntos:
En esta parte de la oración, tal vez volvamos a recorrer el camino ya efectuado, tal vez volvamos a contemplar o a meditar la escena; pero se trata ahora de poner especial atención en aquello que más nos movió durante la contemplación o la reflexión, porque ahí el Señor se está manifestando y algo nos está diciendo ahora, a algo nos está invitando al movernos interiormente.  Algo percibe nuestro cuerpo que se mueve interiormente.
Para esta oración, propongo los siguientes puntos; pero, como ya he mencionado, éstos tienen más que ver conmigo y con mi forma de mirar y sentir que con los que cada uno pudo haber sentido.  Se trata entonces de que la oración "refleje" algo de mí, que "ilumine" algo que no podía ver de mi persona, de mis intenciones, de mis acciones y de mis operaciones, de mi modo de sentir y de actuar.  Por que al momento en que trato de ver las cosas como Jesús las veía, se ilumina el contraste que hay entre El y yo.  No para desanimarme, sino para invitarme a seguirle y a amar como Él ama.
La propuesta de esta semana va en el sentido de reconocer cómo es mi amor a Jesús.
 El que me ama es aquél que…

  • que va a misa todos los domingos y fiestas de guardar.
  • que desgrana todos los días su Rosario.
  • que obedece fielmente todo lo que el cura le dice…

PERO, si en verdad ME AMA, CUMPLE MI PALABRA:
  • Sí, es el que va a misa, pero además hace de su vida una constante Eucaristía y se comparte él o ella misa con todos los demás

  • Sí, es aquél o aquélla que desgrana Rosarios, pero en estos Rosarios cada cuenta es una obra de misericordia que ha hecho con tanto amor que ya no recuerda si la hizo y ni siquiera a quién se la hizo.
  • Sí, es aquél y aquella que obedecen fielmente al cura de la Parroquia, pero que también se dan cuenta que, como hombre, es falible y que quien los ha invitado a seguirle es Jesús mismo, por lo tanto no se quedan en lo que el cura les dice, sino que disciernen.
Porque el que no me ama NO CUMPLIRÁ MI PALABRA…
  • Irá a misa pero de nada le servirá porque lo hace por el cumplimiento de una tradición y de un mandato, no por amor, y si no hay amor aquí, ¿cómo será posible que reproduzca el amor que se le desea transmitir a través de la Eucaristía?, ¿cómo será posible que quiera hacerse comunión con los demás.
  • Rezará Rosarios y letanía, encenderá veladoras y cirios, repetirá novenas y cuantas cosas se le atraviesen, pero si no me ama, ¿de qué sirve tanto rezo y alabanza(¿?)? Está buscando a un Jesús milagrero, a una Virgen cumplidora de caprichos, a un santo paternalista, a alguien que evite las penas y los sufrimientos propios de la vida; y si no se le conceden sus deseos se retirará porque nunca hubo amor.
  • Hará todo lo que le indique el cura sin cuestionarlo, porque como no ama, no puede creer que mi Papá y Yo queremos hacer morada en él o en ella, y hacer morada en su alma significa que el Espíritu está con él; pero si estamos con él es necesario que él escuche y se arriesgue a equivocarse, pero le resulta más fácil que otro interprete lo que Nosotros le invitamos a él.
Así pues:
  • ¿Cómo es que yo materializo, cómo es que concreto, cómo es que hago vida y realidad palpable este amor que digo sentir por Jesús.
  • ¿Cómo es que este amor que presumo tener por Jesús, me trasciende a mí mismo y llega y llena la vida de los demás?
  • ¿Conozco lo suficiente a este tal Jesús a tal grado de que pueda decir que lo amo?
  • La paz que el amor por Jesús me deja, esta a la cual llamo yo mi paz, ¿es la paz de Cristo Jesús o es la paz de los sepulcros?
No confundas la paz de los sepulcros con la paz de Cristo Jesús.  Cuando Jesús le da la paz a sus discípulos se las da en la última cena, presintiendo mucho del dolor que le venía, y ahí da su paz.  Nada tiene que ver esta paz con la paz de los sepulcros, con la paz donde nada pasa, con la paz de los que ya no están en este mundo o están en él como si no lo estuvieran, como si estuvieran en los sepulcros, porque esa paz que ellos siente es una paz de muerte, de muertos y el Dios de Jesús es un Dios de vivos.  Que tu paz sea la de Cristo Jesús y no la de los sepulcros y no la de aquellos que habitan ya, desde su tiempo, en los sepulcros
Insisto, estos son mis puntos propuestos, habrá alguien que le haya llamado más la atención alguna otra parte de la lectura y en ella se podrá abocar y ahí podrá profundizar.  No es necesario que se hagan todas las preguntas sino sólo aquellas que muevan el interior.
Sexto Momento: Coloquio:
Termino mi oración con un coloquio (una plática) con Jesús.  Es un coloquio, no un monólogo, es decir, que debo dejar hablar a Jesús, reconocer lo que Él quiere decirme con todo ésto que me mostró en la oración.  Se trata también de agradecer lo que en ella me ha regalado.
Platico con Jesús desde la paz que yo vivo y le presento y le doy mi paz, y veo sus reacciones.  Le pido también que me de su paz y me plazco en recibirla.
Séptimo Momento: Examen De La Oración:
Este momento consiste en revisar cómo fue nuestra oración, qué fruto pedimos y cuál nos regaló el Señor.  Qué me ayudó en la oración y porqué no pude entrar en ella.  Se toma nota y se comparte con el grupo.
Si gustas, puedes repetir la oración y profundizar aún más en los frutos que el Señor quiere regalarte.