Segundo Domingo de Cuaresma.
"Éste es mi Hijo, el Escogido, Escúchenlo". Lc 9, 35b
Primer Momento:
Tranquilizarme, pacificarme. Tomarme el tiempo necesario para dejar a un lado los problemas. Los problemas ahí están, la oración no los eliminará ni me aislará o evitará vivir las cosas que la misma vida trae consigo, pero la oración si puede ayudarme a ver los problemas con otros ojos, desde otra perspectiva, la de mi Señor.
Entrar en oración es como cuando éramos niños y estábamos solos en algún sitio, llenos de miedo. Entrar en oración es como cuando en ese momento alcanzábamos a ver a nuestro papá o a nuestra mamá acercándose a nosotros. Esa misma sensación de alegría, paz y tranquilidad es la misma que nos regala el Señor con su presencia.
Si soy capaz de dedicarle tiempo a muchas cosas, también puedo ser capaz de dedicarme este tiempo a mí misma y a mi Señor, insisto, no para huir del mundo, sino para estar en él de otro modo, con la actitud de Jesús.
Así pues, démonos este tiempo. Respiremos profundamente, sintamos cómo el aire pasa por nuestra nariz, por la tráquea, cómo llena los pulmones y del mismo modo, sintamos cómo nos vamos vaciando de él.
Cuando alcance el si
lencio interior, podré así encontrar la voz de mi Señor en mí mismo(a).
Segundo Momento: Oración Preparatoria:
San Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios Espirituales, nos invita a que iniciemos cada contemplación o reflexión que vayamos a hacer, con una oración preparatoria, que siempre es la misma:
“Te pido tu gracia Dios, mi Señor, para que todas mis intenciones, acciones y operaciones se ordenen purame
nte para el servicio y alabanza de tu divina majestad."
Es decir que le estamos pidiendo al Señor que nos alcance su gracia, que nos de el favor, es una actitud de humildad de quien se reconoce incompleto, pequeño, de quien se reconoce incapaz por sí mismo de hacer o alcanzar algo. Le pedimos ésto al Señor para que todas nuestras intenciones, es decir, todo lo que pensemos o deseemos; todas nuestras acciones, o sea, todo lo que hagamos y todas nuestras operaciones, es decir nuestros modos y actitudes de llevar a cabo las cosas; en una palabra nuestro modo de pensar y proceder. Se ordene puramente, que sea recto, bien intencionado, que se ordene en función del Señor, en torno
a Él y no a nosotros. Para el servicio y alabanza de su divina majestad; es decir que nuestras intenciones, acciones y operaciones sean para el servicio de la obra del Señor y no para nuestro propio servicio; para alabanza, para agradecimiento del Señor y no para alabarnos a nosotros mismos o a alguien más.
¿Qué le pedimos entonces al Señor en esta oración? Su gracia para que nuestra persona entera se ordene en torno a Él para servir
le y agradecerle en todo.
Tercer Momento: Composición Viendo El Lugar:
Se trata aquí de ver con la vista de la imaginación el lugar, las personas, las características del sitio donde se lleva a cabo la escena del Evangelio. Se trata de captar con la mayor atención posible, con nuestros sentidos bien aguzados todos los detalles del lugar donde se lleva a cabo el Evangelio.
Conviene entonces hacer una pri
mera lectura del Evangelio que se deseé orar en este momento, y a partir de ella, ir creando las imágenes, los sonidos, los olores, el clima, los sabores que el Evangelio evoca. También se ha de tomar en cuenta las personas que participan en las escenas y ver sus caras, gestos, sus ropas, etc.
Del santo Evangelio según san Lucas 9, 28b-36
En aquel tiempo, Jesús cogió a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto de la montaña, para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos.
De repente, dos hombres conversaban co
n él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén.
Pedro y sus compañeros se caían de sueño; y, espabilándose, vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras éstos se alejaban,
dijo Pedro a Jesús: "Maestro, qué bien se está aquí. Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías."
No sabía lo que decía.
Todavía estaba hablando, cuando llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al entrar en la nube. Una voz desde la nube decía: "Éste es mi Hijo, el escogido, escúchenle."
Cuando sonó la vo
z, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por el momento, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.
Palabra del Señor
Conviene aquí observar a Jesús, distinguirlo de entre los discípulos y de entre Moisés y Elías.
Conviene distinguir también
la voz del Padre de las otras voces que hay en la escena.
Cuarto Momento: Fruto A Pedir:
San Ignacio también nos invita, en sus Ejercicios Espirituales, a que cada vez que oremos la vida del Señor Jesús pidamos lo siguiente como fruto de nuestra oración, que nos conceda la siguiente gracia con la oración:
"Pedir conocimiento interno del Señor Jesús, que por mí se hizo hombre, para que más le ame y le siga"
Se trata entonces de pedir
conocimiento de cómo es Jesús en su interior: como ve, como oye, como siente, cómo es Él en su interior, en su corazón. Se trata de reconocer que Él, por mí, se hizo hombre. Para que así, conociéndole más, más le pueda amar y seguir. No se ama a aquello que no se conoce, si no conozco a Jesús, cómo entonces pretendo amarle, y mucho más, cómo quiero seguir a aquel a quien no amo.
Es una petici
ón fuerte, por que pedimos "sentir" como Jesús siente.
Pidamos, pues, distinguir la voz del Señor entre la cantidad de voces que escuchamos todos los días, pidamos, pues, tener la capacidad de detener la marcha para poder distinguir esa voz que me habla y me invita.
Quinto Momento: Puntos:
En esta parte de la oración, tal vez volvamos a recorrer el camino ya efectuado, tal vez volvamos a contemplar o a meditar la escena; pero se trata ahora de poner especial atención en aquello que más nos movió dura
nte la contemplación o la reflexión, porque ahí el Señor se está manifestando y algo nos está diciendo ahora, a algo nos está invitando al movernos interiormente. Algo percibe nuestro cuerpo que se mueve interiormente.
Para esta oración, propongo los siguientes puntos; pero, como ya he mencionado, éstos tienen más que ver conmigo y con mi forma de mirar y sentir que con los que cada uno pudo haber sentido. Se trata entonces de que la oración "refleje" algo de mí, que "ilumine" algo que no podía ver de mi persona, de mis intenciones,
de mis acciones y de mis operaciones, de mi modo de sentir y de actuar. Por que al momento en que trato de ver las cosas como Jesús las veía, se ilumina el contraste que hay entre El y yo. No para desanimarme, sino para invitarme a seguirle y a amar como Él ama.
Esta semana les propongo que meditemos los siguientes puntos que tienen que ver con el discernimiento, con el distinguir la voz del Señor y la de Jesús de entre todas las demás voces que escucho en mi vida:
"Éste es mi Hijo, el Escogido, Escúchenlo". Lc 9, 35b
- ¿Alcanzo, en mi vida, a distinguir esta voz del Padre?, ¿me tomo el tiempo para hacerlo?, ¿cómo?, ¿cómo distingo Su voz de entre todas las que hay?, ¿quién, qué me asegura que es la voz de mi Señor?
- ¿Cómo distingo a Jesús?, en verdad, ¿sé quién es?
¿Cuál es Tu Hijo, Señor? ¡Ayúdame a distinguirlo y a no confundirme!
- La manera en que creo yo que podemos escuchar a Jesús, o a cualquiera otra persona, es distinguiéndolo de las demás voces que hay en la vida, de las demás personas y objetos que convi ven conmigo. Incluso tengo que hacer la distinción de la voz de Jesús y de mi propia voz:
- Cuando escucho a alguien, cuando platico con alguien, especialmente a alguien cercano, o a alguien a quien me interesa mucho escuchar: ¿qué actitud tomo?
- Cuando quiero platicar con Jesús, ¿qué actitud debería, en teoría, tomar?
- A título personal, creo que, para escuchar con atención y respeto a alguien requiero de las siguientes cosas:
- Reconocer a aqu el con el cual estoy conversando, a aquel que quiero escuchar.
- Hacerlo en un momento y en un lugar propicios. Donde a mí se me facilite reconocerle y distinguirle, donde pueda darle su lugar y escucharle.
- Escucharle libre de mis prejuicios y de mis ideas preconcebidas (en la medida de mis posibilidades).
- Jesús baja de la montaña, no se queda en ella por más cómoda que ésta pudiese parecer:
- ¿Creo que Jesús es un proveedor de bienes y servicios, un satisfactor espiritualista desencarnado de la realidad, del mundo que está bajando la montaña?
- ¿He bajado yo de mi montaña de comodidades?, ¿cómo se llama mi montaña?, ¿cuál es esa Jerusalén a la cual no quiero bajar?
Insisto, estos son mis puntos propuestos, habrá alguien que le haya llamado más la atención alguna otra parte de la lectura y en ella se tendrá que abocar y ahí tendrá que profundizar.
Sexto Momento: Coloquio:
Termino mi oración con un coloquio (una plática) con Jesús. Es un coloquio, no un monólogo, es decir, que debo dejar hablar a Jesús, reconocer lo que Él quiere decirme con todo ésto que me mostró en la oración. Se trata también de agradecer lo que en ella me ha regalado.
Para esta oración y si los puntos movieron en algo mi interior, puede ser bueno platicar con Jesús acerca de lo que encontré de Él en esta oración, si en realidad lo escucho o escucho a otras voces (especialmente la mía). Nuevamente, esto lo hago sin lapidaciones, sin latigazos. Como personas no somos, nos vamos haciendo, lo cual significa que estamos caminando y nunca somos algo definido ni acabado. Estamos en proceso de construcción. Pero hay que ver qué y dónde estamos construyendo, sobre qué bases y fundamentos lo hacemos.
Séptimo Momento: Examen De La Oración:
Este momento consiste en revisar cómo fue nuestra oración, qué fruto pedimos y cuál nos regaló el Señor. Qué me ayudó en la oración y porqué no pude entrar en ella. Se toma nota y se comparte con el grupo.
Si gustas, puedes repetir la oración y profundizar aún más en los frutos que el Señor quiere regalarte.
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