Oración para el Domingo20 de junio de 2010
Décimo Segundo Domingo Ordinario.
Y tú, ¿quién dices que soy yo?. Lc 9, 20.
Primer Momento:
Tranquilizarme, pacificarme. Tomarme el tiempo necesario para dejar a un lado los problemas. Los problemas ahí están, la oración no los eliminará ni me aislará o evitará vivir las cosas que la misma vida trae consigo, pero la oración si puede ayudarme a ver los problemas con otros ojos, desde otra perspectiva, la de mi Señor.
Entrar en oración es como cuando éramos niños y estábamos solos en algún sitio, llenos de miedo. Entrar en oración es como cuando en ese momento alcanzábamos a ver a nuestro papá o a nuestra mamá acercándose a nosotros. Esa misma sensación de alegría, paz y tranquilidad es la misma que nos regala el Señor con su presencia.
Si soy capaz de dedicarle tiempo a muchas cosas, también puedo ser capaz de dedicarme este tiempo a mí misma y a mi Señor, insisto, no para huir del mundo, sino para estar en él de otro modo, con la actitud de Jesús.
Así pues, démonos este tiempo. Respiremos profundamente, sintamos cómo el aire pasa por nuestra nariz, por la tráquea, cómo llena los pulmones y del mismo modo, sintamos cómo nos vamos vaciando de él.
Cuando alcance el silencio interior, podré así encontrar la voz de mi Señor en mí mismo(a).
Segundo Momento: Oración Preparatoria:
San Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios Espirituales, nos invita a que iniciemos cada contemplación o reflexión que vayamos a hacer, con una oración preparatoria, que siempre es la misma:
“Te pido tu gracia Dios, mi Señor, para que todas mis intenciones, acciones y operaciones se ordenen puramente para el servicio y alabanza de tu divina majestad.”
Es decir que le estamos pidiendo al Señor que nos alcance su gracia, que nos de el favor, es una actitud de humildad de quien se reconoce incompleto, pequeño, de quien se reconoce incapaz por sí mismo de hacer o alcanzar algo. Le pedimos ésto al Señor para que todas nuestras intenciones, es decir, todo lo que pensemos o deseemos; todas nuestras acciones, o sea, todo lo que hagamos y todas nuestras operaciones, es decir nuestros modos y actitudes de llevar a cabo las cosas; en una palabra nuestro modo de pensar y proceder. Se ordene puramente, que sea recto, bien intencionado, que se ordene en función del Señor, en torno a Él y no a nosotros. Para el servicio y alabanza de su divina majestad; es decir que nuestras intenciones, acciones y operaciones sean para el servicio de la obra del Señor y no para nuestro propio servicio; para alabanza, para agradecimiento del Señor y no para alabarnos a nosotros mismos o a alguien más.
¿Qué le pedimos entonces al Señor en esta oración? Su gracia para que nuestra persona entera se ordene en torno a Él para servirle y agradecerle en todo.
Tercer Momento: Composición Viendo El Lugar:
Se trata aquí de ver con la vista de la imaginación el lugar, las personas, las características del sitio donde se lleva a cabo la escena del Evangelio. Se trata de captar con la mayor atención posible, con nuestros sentidos bien aguzados todos los detalles del lugar donde se lleva a cabo el Evangelio.
Esta oración te invito a hacerla frente a un rostro de Jesús o frente a una imagen de él.
Del Santo Evangelio según San Lucas 9, 18-24.
Estando Jesús una vez orando a solas, se le acercaron los discípulos y él los interrogó: “¿Quién dice la multitud que soy yo?”
Contestaron: Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha surgido un profeta de los antiguos”.
Jesús les preguntó: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?
Respondió Pedro: “Tú eres el Mesías de Dios”.
Jesús les ordenó que no se lo dijeran a nadie. Y añadió: “El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser rechazado por los ancianos, sumos sacerdotes y letrados, tiene que ser condenado a muerte y resucitar al tercer día”.
Y a todos les decía: “El que quiera seguirme, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz cada día y sígame. El que quiera salvar su vida la perderá; pero quien pierda su vida por mí la salvará”.
Palabra del Señor
Cuarto Momento: Fruto A Pedir:
Pidamos esta vez que el Señor nos abra nuestro entendimiento para saber quién es ÉL, Jesús, el Cristo, para mí.
Quinto Momento: Puntos:
En esta parte de la oración, tal vez volvamos a recorrer el camino ya efectuado, tal vez volvamos a contemplar o a meditar la escena; pero se trata ahora de poner especial atención en aquello que más nos movió durante la contemplación o la reflexión, porque ahí el Señor se está manifestando y algo nos está diciendo ahora, a algo nos está invitando al movernos interiormente. Algo percibe nuestro cuerpo que se mueve interiormente.
Para esta oración, propongo los siguientes puntos; pero, como ya he mencionado, éstos tienen más que ver conmigo y con mi forma de mirar y sentir que con los que cada uno pudo haber sentido. Se trata entonces de que la oración “refleje” algo de mí, que “ilumine” algo que no podía ver de mi persona, de mis intenciones, de mis acciones y de mis operaciones, de mi modo de sentir y de actuar. Por que al momento en que trato de ver las cosas como Jesús las veía, se ilumina el contraste que hay entre El y yo. No para desanimarme, sino para invitarme a seguirle y a amar como Él ama.
¿Quién digo yo que ES JESÚS?, para mí, ¿quién ES ÉL?
- ¿Es una serie de recetas para orar y, que si lo haces se te cumplen tus deseos?
- ¿Es una serie de normas, preceptos morales y leyes, las cuales, si no las cumplo me condeno?
- ¿Es un “santito” más al cual hay que rezarle para conceder deseos?
- ¿Es un hombre que ni siquiera creo que existió, mucho menos que EXISTE Y QUE ES?
- ¿Es una costumbre, una bonita tradición que está por desaparecer?
¿QUIÉN ES JESÚS PARA MÍ?
¿Cuando los demás me preguntan: ¡Eh tú, Cristiano!, quién es Jesús para ti, cuál es mi reacción?
- Me pongo nervioso y me río y le digo que yo no creo en supersticiones, que no creo en aquello que no puedo ver ni tocar.
- Saco mi Biblia y comienzo a “moralizar” en lugar de evangelizar.
- Le digo: “Yo soy cristiano por tradición no por convicción”, y levanto mi cara y saco mi pecho orgulloso de mi respuesta.
- O, simplemente levanto los hombros en señal de duda.
Pero, cuando Jesús me mira a los ojos y me llama por mi nombre y me pregunta: (Pongo mi nombre, como me dicen las personas que me aman), ¿quién dices que soy yo?
- ¿Qué le contesto?
- ¿Existe este momento en mi vida, lo reconozco, en que Jesús ha fijado su vista en mis ojos y me ha hecho esta pregunta?
Si este momento no existe en mi vida, ¿cómo pretendo llamarme a mí mismo cristiano si ni siquiera conozco a Aquél por el cual llevo este sobrenombre?
¿QUIERO EN VERDAD SER LLAMADO CRISTIANO EN…
- …Una Iglesia vieja, pecadora y en la cual sus religiosos, sacerdotes y jerarcas, en los últimos años, están muy lejos de dar, ya no un ejemplo Cristiano, sino al menos un ejemplo humano?
- …Junto con otras y otros que se llaman cristianas o cristianos pero que sólo lo son los “domingos y fiestas de guardar”?
- …Junto con tantas y tantos cristianas y cristianos que así se llaman, pero que su cristianismo les da el sitio para convertirse en jueces de los demás, gracias a su moral, a su ética, a sus tradiciones, a sus libritos y desde ahí condenan al 99% del mundo (el 1% restante son ellos y sólo ellos)?
Es aquí donde hay espacio para ser Cristiana o Cristiano, en medio de una Iglesia llena de incongruencias humanas y pecados; pero, que a final de cuentas es una Iglesia HUMANA, formada por mujeres y hombres pecadoras y pecadores; es una Iglesia humana porque está constituida por humanos. Es aquí donde hay que cargar “esta” cruz y seguir a Jesús. Esta es parte de la cruz que como Iglesia nos toca cargar. Esta es también la misma cruz que el mismo Jesús carga: A la propia Iglesia Santa y Pecadora.
¡Carguemos pues nuestra cruz y que con ello nos reconozcan los demás como Cristianas y Cristianos, que nos reconozcan porque vivimos intentando vivir como vivió el que VIVE: Jesús, el Cristo, por el cual nos queremos llamar CRISTIANOS.
Insisto, estos son mis puntos propuestos, habrá alguien que le haya llamado más la atención alguna otra parte de la lectura y en ella se podrá abocar y ahí podrá profundizar. No es necesario que se hagan todas las preguntas sino sólo aquellas que muevan el interior.
Sexto Momento: Coloquio:
Termino mi oración con un coloquio (una plática) con Jesús,. Es un coloquio, no un monólogo, es decir, que debo dejarlo hablar, dejar que me conteste y que me revire, reconocer lo que El quiere decirme con todo ésto que me mostró en la oración. Se trata también de agradecer lo que en ella me ha regalado.
Platico con Jesús, así, desde mi posición y le digo lo que he sentido, lo que se ha movido durante la oración, le digo quién es él para mí, qué es él en mi vida, cuáles han sido los momentos en que nos hemos visto frente a frente y nos hemos reconocido; después, dejo que él me conteste y QUE ÉL ME DIGA QUIÉN SOY YO PARA ÉL.
Séptimo Momento: Examen De La Oración:
Este momento consiste en revisar cómo fue nuestra oración, qué fruto pedimos y cuál nos regaló el Señor. Qué me ayudó en la oración y porqué no pude entrar en ella. Se toma nota y se comparte con el grupo.
Si gustas, puedes repetir la oración y profundizar aún más en los frutos que el Señor quiere regalarte.